Guerras aéreas
Para Pepa
Mi amigo el doctor López Guilarte ha mandado podar la alta palmera que preside su casa aljarafeña. Yo mismo, me temo, he podido contribuir a su decisión sugiriéndole de vez en cuando la oportunidad de cortarle las barbas a ese árbol señero, solitario, de esbelto fuste erguido, en cuya copa, el verano pasado, se organizaba oculta la apretada república de los gorriones con la incesante algarabía de los pollos –no por casualidad esa casa se llama “Babel”—y el ir y venir de los padres nutricios que llegaban de lejos con su pan en el pico, se posaban un instante, y enseguida se sumergían inescrutables en la fronda misteriosa que, con el tiempo, llegó a ser el alto copete. Tras el afeitado, la palmera parece un hito melancólico, un punto de admiración –¿o de protesta?—coronado por sus palmas mondas y lirondas, sin rastro ya del reservado asentamiento en que nacieron generaciones de crías, un árbol descifrado, sin el secreto supino de aquella cúpula que dejaba entreoír el eco constante de la comuna, con sus riñas y fraternidades, y hasta sus peleas de ocasión, hasta forzar la ilusión de la ciudad secreta indiferente al bamboleo de los vientos y a la ruina de los chaparrones. Miro esa palmera hoy, sin pájaros ni vida, y me parece reconocer en ella el paisaje devastado de las ciudades mártires, como ésas que nos muestra el periódico cada mañana, imagen residual y borrosa del escenario abolido.
Y ha sido fácil. Ha llegado el operario con su alta escala, armado con su podadera, y ha echado por tierra, limpiamente, tajo a tajo, con la indiferencia del experto, todo aquel mundo agitado que por las mañanas nos deleitaba hasta el aturdimiento con sus píos y repíos, con los ecos inciertos provocados por el revoloteo de las alas en la pelea invisible pero constante librada en el mínimo territorio de palmas y racimos que albergaba la vida y la muerte, la convivencia y la agresión –la vida misma– como si con él no fuera el seísmo provocado por la brisa o por los vientos que, a veces, lo inclinaban peligrosamente para devolverlo sin demora a la vertical. Cerca, la tórtola turca llega y se yergue en la cúspide de la araucaria, paredaña con el jardín, con su arrullo bronco que espanta a los mirlos de pico amarillo, sus antiguos dueños. Gaza, Homs, Mostar, mi palmera, la lucha por la vida, el incierto destino del pájaro azacán que trama los nidos y acarrea el condumio, hasta que un día el hombre decide acabar con el sueño.
12 de agosto de 2014 a las 12:53 pm
Ahí está otra vez el “élan” lírico, una de esas columnas que administra con tiento el anfitrión, entremezcladas con sus duras críticas diarias y sus ilustraciones de tantos saberes. ¿Se puede decir más de menos? Un árbol, casi un tronco, y sale un poema. El escritor tiene una pupila indudablemente especial.
12 de agosto de 2014 a las 1:40 pm
Preciosa la metáfora. Redonda. Desde el Aljarafe se divisa una ciudad, metros, bastantes metros más abajo, envuelta las más de las veces en el hongo de su humedad, sus partículas en suspensión, sus humos y su ajetreo. Los reverendos mirlos, parecen curas paseando, se han hecho dueños de jardincillos y céspedes, donde encuentran nutritiva despensa. Y las palmeras lucen las poco estéticas ‘morcillas’, como llaman los expertos a esos tubos de insecticidas que ahuyentan al picudo rojo. Continúa la metáfora.
12 de agosto de 2014 a las 4:04 pm
Maestro, uno de los rasgos más ocultos de su biografía es que usted fue jugador del Sevilla y compañero entre otros de Campanal.
Creo que llegó a jugar contra Di Stéfano.
¿Para cuando un artículo futbolístico? , O sobre don Alfredo o Don Marcelo…
12 de agosto de 2014 a las 7:00 pm
Sin exagerar, don José, aunque no yerra cuando dice que don ja fue buen pelotero, interior izquierdo si no me equivoco.
A lo de hoy: una belleza, un ejercicio de prestidigitación lírica: como sacar mucho y bueno (bello) de donde apenas hay. La buena creación es la que utiliza el mínimo rasgo para trazar la gran parábola. Pero yo quiero mucho a ja, ya lo saben, y por eso, no insistiré, sino para lamentar una vez más que no se haya dedicado a la creación poética en sentido pleno. ¿Ustedes saben que tiene publicados poemas, incluso algún libro? (Si él pregunta por la fuente, yo no dicho nada, ¿eh?).
12 de agosto de 2014 a las 11:14 pm
Hermoso poema, que ya estamos hasta el gorro de politiqueos y podredumbres. Yo también me admiro ante la sensibilidad que tiene quien es capaz de ver un tronco de palmera y escribir un poema sobre él. No es la primera vez que esto ocurre en este rincón singular. Ojalá prodigue más estas cosas nuestro amigo.